Durante la primera mitad de la película vivimos dentro de un cubículo, vemos a una mujer joven, Ma, y a su hijo, él es Jack. Estamos con ellos, nos bañamos, nos tumbamos con ellos a mirar el cielo azul a través de la claraboya del techo.
Nos dejan habitar su mundo, su tranquila Room, pero hay algo que no nos cuadra del todo y nos incomodan esas visitas nocturnas que solo podemos escuchar desde Wardrobe (Armario).

No importa, vemos a Jack aprender a leer, a Ma apoyada en el lavabo. Hay lavabo, hay cama, hay silla número 1 y silla número 2, incluso hay tarta de cumpleaños. Conocemos a esta familia y cuando más acostumbrados estamos a su presencia, llega la segunda parte y se separan.
QUÉ. ¿Por qué se separan? Eso no te lo voy a contar, ni por qué vivían en Room, ni por qué Ma miente compulsivamente, ni quién narices es Old Nick. Sí te diré que aunque te incomode, un niño puede llevar coleta.
Pero eso es lo que menos importa, lo que sí te voy a contar es la importancia que tiene la visión de esta película, la inocencia -sobre todo la inocencia- de nuestro Jack narrador, la imagen plagada de planos detalle que nos hacen repensar todo, el comportamiento de los habitantes de World (Mundo), que indirectamente nos dice todo acerca de los últimos y atormentados siete años de Ma y la insólita, que no traumática (aunque sí post), educación que ha recibido su hijo.

Ojalá se llevase el Oscar, aunque mucho me temo que dista bastante de lo que busca La Academia, porque ni es norteamericana, ni tiene un final feliz, tiene un final, y ya. ‘Room’ cuenta esta descarnada historia desde la ingenuidad de un niño, quiere arrastrarnos hasta desear esa niñez de vuelta y ver el mundo desde la pureza. ‘Room’ son siete años de reclusión en compañía, son dos horas de comprensión y una mirada a la vida.
SPOILER ALERT: es un trailer