Los lazos en forma de flor van al cuello para que no escape un suspiro entre bordados y perlas, un suspiro que rompa con la estética más kitsch, con una mujer que vive en desorden, que lleva gafas, que se despeina y encuentra en el exceso naturalidad. Aunque en manos de Michele se convierta en equilibrio brillante, en tul, como el de una bailarina que salta en porte en busca de un abrazo masculino.
Motivos naturales, vegetales y animales tienen cabida dentro de la geometría, en la delicadeza de la seda o el croché, en el picor de la lana o en la suavidad de la piel. De forma intuitiva Alessandro Michele sigue la línea de sus últimas dos temporadas. Sorprende, lo hace con sensibilidad, rescata prendas hasta ahora olvidadas , prendas que nacen en las calles y que suben a las pasarelas.
El romanticismo del siglo XXI se alza en un nombre propio: Gucci, y con Michele de la mano es posible creer en el amor por una industria que ahora brilla en un filtro de color rosa.